Sigur Rós en México: La brutalidad cargada de belleza
Los boletos
para la primera fecha, del lunes 3 de abril, se terminaron tan solo hacer el
anuncio que estaban ya a la
venta. Aunque se esperaba lo mismo para el segundo concierto
el martes 4; la verdad es que 15 minutos antes de iniciar el concierto se veía
un Auditorio Nacional con más asientos vacíos que asistentes. Ya dentro del
recinto había una extraña neblina que cubría el escenario, como si nos
quisieran transportar a una madrugada en la gélida Reykjavík a la espera del amanecer. De repente las luces se
apagaron. No había vuelta atrás, no había llegado el amanecer, había llegado
Sigur Rós. De izquierda a derecha viendo hacia el escenario: Goggi, Jonsí y
Orry, apenas visibles y sin dirigirse al
público iniciaron un viaje que tal vez buscaba la luz, pero el camino estaba
lleno de melancolía y añoranza.
Sigur Rós ya no
cuenta con un grupo de músicos detrás de ellos. No hay hadas nórdicas tocando
las flautas y los violines. Solo son ellos tres, directos, sin concesiones.
Posiblemente perdieron un poco de la calidez de algunas piezas donde el
acompañamiento de esos instrumentos era la clave de la canción, pero ganaron en
coraje, en emotividad y fuerza. Ya no suenan tan orgánicos, ahora suenan
brutales, una brutalidad cargada de belleza.
La primer parte
del concierto, fue obscura, Jonsí no abre la boca ni para un tímido “thank
you”, solo lo hace para sacar lamentos, el agónico canto de los delfines que ha
sido el sello de la banda.
El público, sentado, sin tener reacción más allá del
aplauso contempla atónito la fuerza y
coraje con la que el vocalista destruye poco a poco su arco de violín rasgando la guitarra. Y esa batería;
¡esa batería! Orry, tu cuenta está más que saldada.
Después de un
intermedio de varios minutos, regresan. Esta vez podemos contemplarlos mejor.
Hay más luces. Hay esperanza. Las canciones de esa obra de arte que todos conocemos como el disco del ( ) (que en realidad no tiene nombre) son la base
principal de este setlist. Sin embargo, cada canción tiene un alma propia, un
momento que explota en las bocinas y en
la mente del público. Se ve gente llorar, se escuchan gritos. De repente todo
el Auditorio está de pie. El final de acerca. Jonsí lo sabe y avanza un poco
hacía las primeras filas. Las sensaciones son tan eclécticas que posiblemente
nadie recordará exactamente todo lo que sintió en esas casi dos horas que duró el concierto. La batería de
Orry queda en silencio. Los demás
instrumentos hacen lo mismo. Solo se escucha a la multitud aclamando a esos 3
islandeses que han venido a masacrar todas sus emociones. Salen al escenario; abrazados
se inclinan ante la gente.
El viaje ha terminado.
Es difícil ver
a un público cansado después de un concierto que los mantuvo la mayoría de
tiempo sentados en su butaca… Pero el público de Sigur Rós termina el concierto
agotado. Con los ojos rojos, aún con lágrimas y la mano en el corazón, tratan
de explicar lo que acaban de vivir. Nadie atina a decirlo con certeza.
Vamos
ResponderEliminarEs muy buena esta banda Irlandesa
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